Año: 2002
País: Italia
Duración: 180 min. (2 capítulos)
Género: Drama, Biográfico
Categoría: Películas cristianas
Edad: TP
Director: Giorgio Capitani
Guion: Massimo Cerofolini, Francesco Scardamaglia
Música: Marco Frisina
Fotografía: Luigi Kuveiller
Reparto: Edward Asner, Massimo Ghini, Claude Rich, Michael Mendl, Franco Interlenghi, Sydne Rome
Angelo Roncalli, patriarca de Venecia, viaja hasta Roma para concurrir en el cónclave que determinará al sucesor de Pío XII. En medio de una gran expectación, el anciano cardenal es elegido papa contra todo pronóstico, tomando el nombre de Juan XXIII.
Esta entretenida miniserie de la televisión italiana repasa la obra de un pontífice considerado, en un principio, de transición, pero cuya repercusión fue mucho mayor de la esperada, merced a su puesta en marcha del Concilio Vaticano II y a su cercanía hacia el pueblo.
La película adopta la estructura clásica de este tipo de producciones televisivas. Abarca diversos capítulos menos conocidos de la vida de su protagonista, evocados mediante flashbacks. Con este recurso se escenifica su importante labor pastoral en los distintos lugares donde fue destinado y su capacidad para llegar a acuerdos. El relato recoge hechos como su intervención para salvar a numerosos judíos de la persecución nazi, mientras ejercía como delegado de la Santa Sede en Turquía, o su mediación en Francia para normalizar la situación tras la ocupación alemana.
En el apartado actoral, el estadounidense Edward Asner entrega un gran trabajo, aprovechando su considerable parecido con el Papa bueno. El experimentado intérprete da en el clavo a la hora de reflejar la simpatía y el carácter campechano del ilustre personaje. La aportación de Asner es lo más destacado de un biopic bien conformado, que tuvo una amplia cuota de pantalla en su estreno en Italia, ofrecido por la Rai.
El veterano realizador Giorgio Capitani llevó a buen puerto un guion que hace especial hincapié en los valores ecuménicos de Roncalli. El film deja constancia de una cualidad que marcaría su trayectoria, haciéndose eco de sus cordiales relaciones con la Iglesia ortodoxa, durante su época como visitador apostólico en Bulgaria, y de un concilio que contó con la participación de representantes de otras confesiones cristianas.