Las ocho montañas

Mientras veía la amplitud de los paisajes de los Alpes italianos que aparecen en Las ocho montañas me vinieron a la mente la pandemia y ese confinamiento donde los espacios de las viviendas se hicieron más pequeños. Muchos de los que tenían casas en el campo se fueron a pasar esas largas semanas allí y conozco a algunos que se han quedado a vivir fuera de la ciudad definitivamente, dejando sus pisos como segundas residencias.

A Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, el matrimonio que dirigió Las ocho montañas, el confinamiento los cogió trabajando juntos en la adaptación del libro de Paolo Cognetti en el que se basa la película. Por entonces estaban en plena crisis sentimental y, según han contado, la profundidad de la novela de Cognetti los ayudó a replantearse su relación y a seguir adelante con ella.

El film de la pareja belga comienza cuando la familia del jovencísimo Pietro, de doce años, pasa sus vacaciones en un remoto pueblo de los Alpes. Lejos de su hogar en Turín, Pietro conoce a Bruno, un chaval de su edad, y enseguida surge una gran amistad entre un chico de ciudad y un rudo montañés.

La historia tiene varias capas y funciona a todos los niveles. Su motor principal es una amistad que atraviesa distintas etapas. De hecho, Bruno y Pietro pasan muchos años distanciados y se reencuentran siendo ya adultos. Comparten, entre otras cosas, una difícil relación paterna. Bruno vive con sus tíos, porque su padre trabaja de albañil en otro lugar y no le presta atención. Y Pietro está conectado con su madre, pero no con su padre, un ingeniero llamado Giovanni que se gana el jornal en una fábrica.

Pietro acaba perdiendo el contacto con su padre. Más adelante descubre con sorpresa el estrecho vínculo que este tuvo con Bruno, quien incluso le prometió construir una cabaña en la montaña. Esta tarea, que quedó pendiente tras el fallecimiento de Giovanni, unirá de nuevo a los dos amigos y les proporcionará un espacio común. Pietro, además, comienza a redescubrir a su padre, alguien a quien no conocía, pese a haber pasado muchos años a su lado.

Luca Marinelli

Al morir Giovanni a los sesenta y dos años, justo con el doble de la edad de Pietro, este se percata que nació cuando su padre tenía treinta y un años, mientras que él a la misma edad no cuenta ni con un trabajo fijo. En ese momento considera que aún no ha madurado y mira hacia su pasado familiar con otra perspectiva. El trabajo de su padre en una fábrica no era idílico, sin embargo, eso no significaba que no tuviera sus sueños. Al igual que Pietro, disfrutaba con la evasión que encontraba en la montaña.

La cinta se recrea en la grandeza del entorno de los Alpes italianos. Resulta elocuente el contraste entre una secuencia en la que Bruno y Pietro juegan de pequeños en el río, en plena libertad, y el posterior plano de Pietro en Turín, viendo de llover desde la terraza cerrada de un gris bloque de viviendas. Aunque la naturaleza, aparte de bella, es mostrada como implacable. Puede suponer una liberación o una prisión, según si oxigena o separa a alguien del mundo.

A lo largo de los años las vidas de los protagonistas se van entrecruzando. Las aspiraciones y destinos de cada uno son diferentes. Los dos van aprendiendo que los sueños tienen un precio y que su materialización depende no solo de ellos, sino de circunstancias que no pueden controlar. Uno busca su hogar en cualquier sitio y el otro está enraizado en el lugar donde nació.

La fotografía de Ruben Impens es preciosa. La historia se prestaba a ello, pero eso no le quita mérito, pues aprovecha muy bien la oportunidad que tenía para lucirse. Utiliza un formato de 4/3 para capturar la verticalidad de la montaña. Sus imágenes de ese entorno silencioso, que es un personaje más del film, se funden con los propios silencios entre los amigos. Y no desentona la música del sueco Daniel Norgren, que ha sido uno de los aspectos más criticados del largometraje.

Esta es una de las mejores películas que he visto sobre amistad, porque plasma las complejidades de cada persona y de las relaciones en sus distintos ámbitos. Y no representa la amistad como algo lineal, sino que refleja el modo en que está ligada al devenir de la vida. A veces la distancia o las obligaciones te separan de amigos con los que pasaste muy buenos ratos tiempo atrás, pero eso no significa que la amistad haya terminado. Si hay raíces puedes retomar esa amistad las veces que sea, justo desde el punto donde la habías dejado.